Friday, March 02, 2012

Iluminación
(relato hecho por la culpabilidad que no he esccrito relatos y cuentos, jeje, no me gustó, pero ahí pa' que no se quede esto solo. De este relato no habrá arreglo ni nada, tómese como mero mensaje nonsense)

Yolanda se cree reencarnación. No se mueve del tapete de casa. Medita. La última vez que la vi de pie, corría como loca a altas horas de la noche. Un puma hambriento correría menos que lo que ella lo hizo. ─Buda, Buda, Buda… fue todo lo que dijo y se detuvo a sentarse sobre el tapete de la sala.

Yolanda no se mueve, no come, no mira.

El médico vino a casa.

─Yo no le veo nada de malo a su mujer. Está en posición Zen.

El médico dio sentencia y jamás regresó.

─Pero es que no come. No mira, no me habla.

─Es una iluminada.

Una iluminada, dijeron los que la vieron, médicos, religiosos, expertos, parientes y amigos.

Yo, aunque pasara el tiempo, no acepté tener una iluminada en casa.

Yolanda se veía bien sobre el tapete de casa y yo cuando regresaba del trabajo le decía: ─Ya vine, ya me voy, ya regresé. Le besaba la frente y su temperatura siempre era igual, a pesar del frío y del calor. Los días en que yo bajaba a querer sentir el cuerpo de mi mujer, ella no respondía, ni aún acercándole mi pene a su cara. Yolanda, es una iluminada, comencé a creer por mí mismo y no por lo que me dijeran los demás.

Con el tiempo, acepté que Yolanda era una iluminada y seguí el paso de los días. A veces ya ni sacudía el polvo de casa y menos el que se le juntaba a Yolanda en los hombros. Un día choqué después de una borrachera con los de la oficina y no llegué a casa hasta que salí del hospital.

Olvidé a Yolanda, hasta que la volví a ver, ahí sentada sobre el tapete de casa. Yolanda era una iluminada, con las piernas en posición de loto y unos párpados sellados y rosados.

Una vez un amigo me envidió: ─Deberías de verlo como una bendición. Así no tienes que escuchar sus gritos, dijo y me invitó unas cervezas en un table dance.

Yo le rompí la cara inmediatamente. Yo me había casado con Yolanda porque la amaba, aunque fuera una reencarnación. Pero luego, como suele pasar con el rencor, no dura mucho tiempo cuando hay cervezas de por medio.

Yolanda siempre estaría ahí, con sus piernas cruzadas, con su cuerpo en meditación, como si fuera una muerta.

Yolanda ya no me perteneció. Su belleza ya no era humana, era iluminada. Yolanda trascendió a algo que yo no podía vivir: La iluminación de Yolanda.

Un día llegué del trabajo con una compañera nueva. Ella se asustó y le conté la verdad. A mi compañera de trabajo no le importó e hicimos el amor. Yolanda había con su presencia iluminada, provocado el mejor sexo que nunca tuve.

─Tu mujer no sonríe…

─Mi mujer es una iluminada.

La admiramos en su posición desde nuestra posición de músculos calientes y enredados.

─¿Crees que despierte algún día?

Me estremecí cuando mi compañera de trabajo dijo eso. Yolanda no estaba dormida. Me retiré del cuerpo de mi compañera y le pedí que se fuera. Un dolor de cabeza me agarró de pronto. Me senté al lado de Yolanda y sujeté su mano.

Me quedé ahí, queriendo estar como ella. Petrificado bajo un nivel de consciencia que ni siquier entendía.

Yolanda nunca volvió a dormir, como yo lo hice, con el amanecer de los días, las rutinas de trabajo y los placeres de la vida.

Tomé a Yolanda y la puse frente a la casa, para que todo aquel que pasara, viera la vida iluminada que ella escogió.

Yo, seguí yendo todos los días al trabajo, salí con los amigos, recibí visitas de parientes y amistades y siempre besé la frente de Yolanda, quien se quedó en un estado de Iluminación sobre el tapete donde se sentó y nunca más se paró.