Thursday, September 22, 2011

Dos años
(Borrador)
Isadora Montelongo




Pepa dice que soy peor que un robot. Yo sólo he sido honesta: No he cogido en dos años.

A Pepa se le quedó la cara de papa congelada antes de morirse de risa. La gente en el Starbucks se le quedó viendo como la vieja loca que es.

Pepa viste rockabilly, aunque los vestidos entallados, le cuesten un ojo de la cara. Se pinta los labios de rojo odio y el cabello de oscuridad. Pepa nunca se ha hecho señora de alguien, ni de su ex marido. Y a pesar que ella tiene el celular lleno de nombres masculinos en la agenda, la cara dura de papa a los 40 años, se le ha hecho tan sólo por las desveladas. Ella sigue siendo soltera, alegre y con el sexo encendido como un motor de auto en plena carrera.

─¿Cómo chingados te pasó?

─ Así, Pepa, así de ojete. No seas mamona con la leña del árbol caído.

─ El mundo se acaba en el 2012 y tú no has cogido.

─No se ha dado…el trabajo…pues…

Pepa bebe de un sorbo su café frappé y me mira tratando de descifrar algo.

─ ¿Amas a alguien?, ─me pregunta de un solo golpe con el hielo del café en sus labios rojos.

─ No.

─¿Te masturbas?

Me sonrojo a pesar que con Pepa todos los temas se pueden hablar.

─ No, ─le digo nuevamente en voz baja.

Pepa estira los ojos fuera de los parpados, sostiene el popote de su bebida raspando el contenido, una y otra vez. Mi amiga, está totalmente sorprendida.

─¿Ves porno?

─¡Ay Pepa, no, cómo se te ocurre!

─¿Segura que no eres virgen?

─No, Pepa, joder, tú fuiste la que me presentó al tipo que me lo hizo por primera vez a los dieciocho años, ─le respondo con algo de molestia.

─No amas, no ves porno, no te masturbas y no coges: Eres como la raza de mi ex marido y como la mitad de la población de México.

Río después de su veredicto. Descanso tras la confesión que le he hecho, después de no vernos hace tiempo.

Pepa se divorció por caliente, así me dijo cuando llegó a casa con una botella de tequila y la ristra de documentos que había firmado.

─¡A coger, aunque no quepa, métela con Pepa!

Pepa se tiró en mi sofá, sin la pizca de tristeza de su divorcio, y me contó, mientras se sirvió tequila, que se descubrió en el primer orgasmo que tuvo, cuando se masturbó una noche en el baño de su casa, cuando su marido no se lo quiso hacer.

Pepa en el baño, se duchó en la tina y se tocó como nunca nadie la había tocado. Pepa se metió los dedos, una y otra vez, hasta que el agua la recorrió del arrecife de coral hasta las islas idénticas. Pepa fue ella, repetitiva con el latir de sus dedos dentro de la carne. Pepa, ella, misma en el eco tembloroso de su cuerpo con barriga, celulitis y estrías, por primera vez, se sintió mujer.

─En la vida no todo es trabajo, ni carne. Sino ambas.

Yo me sentía como Pepa me había dicho: Un robot. Un robot con la piel de lámina y las tetas huecas sin el sonido metálico del corazón. Con un calzón de púas y las manos atadas al mundo exterior.

─¿Cuándo y cómo fue la última vez que hiciste el amor?

Tenía las nalgas de diamante, las piernas de millón, algo de grasita en el abdomen y los pechos de minicolección. El cabello me llegaba a media espalda y los piropos groseros en la calle hasta las ganas. Estaba buena, cuando pasó.

─El cuerpo cuando no se relaciona con otro, se transforma en un desconocido, ─me interrumpe Pepa.

Tenía dos años sin novio y salía con las amigas que son menores que Pepa. Un tipo se acercó a la barra, al mismo tiempo que yo. Me miró y terminamos bailando al final de la noche.

Me despedí de Laura, Rebeca y Dinorha, me envidiaron por el tipo tan alto, ojos claros, tez blanca y sonrisa ganadora.

En la última canción, no quería tomar su teléfono, despedirme y esperar a atreverme a llamarle o que me llamara. Lo contraje hacía mi cuerpo y me hice bestia sobre sus labios, hasta que después de varias citas sobre la cama, perdimos el ritmo.

─Coger, es bueno, pero amar, es el cielo, ─Pepa se termina el café frappé y la cara de papa se le esconde tras una lágrima brillante. Pepa, quien siempre defiende el sexo y el coger sin compromiso, se desquebraja en partes como un robot. Pepa no ha amado en 40 años a otra persona que no sea su mano mojada dentro de la tina de baño.

Yo me miro en Pepa y me rió como una loca, hasta llamar la atención en el Starbucks. Sintiendo restar los dos años en los que no he cogido.

─Algún día, ─dice Pepa, mientras se levanta, va al baño, regresa y coquetea con un fulano que la ha mirado, mientras me escuchaba en la mesa del café.

El sujeto, tiene un amigo. Pepa es genial introduciendo a la gente. Me llama con la mano con la que siempre se masturba.

Yo acudo, con la piel de hojalata y la sonrisa de carne.
A ver qué pasa, pienso, cuando estoy delante de un tipo sonriente y guapo.