Monday, June 14, 2010

El amor por una mujer

por

María Isadora Montelongo
*este cuentillo no ganó en un concurso, así que lo dejo ya que no afecta en el fallo. Ahí pa' la otra



─ La vida pudiera valer menos, sino es por el amor de una mujer, confiesa al cantinero, mientras deja caer el cubilete con un seis de mulas sobre la barra del bar. Se lleva luego un trago de agua ardiente a la boca. El líquido arde sobre su despellejada lengua que repetidas veces untó sobre la chocha de Martha; y apuesta con el cantinero su casa, su auto y el bulldog en una carrera de galgos por televisión. Gana y perdona la deuda por una botella de whisky y una conversación sobre mujeres:

─ Puedes conocer a una mujer, dice levantando la voz y mirando fijamente a los pequeños y negros ojos del cantinero; por tenerla en la cama, por conocer a su vieja y astuta madre, por el perfume barato que usa y tú mismo le has obsequiado y por la manera en cómo te pide que se lo hagas cada noche y cada mañana hasta que te duela el rabo; pero no conocerás nunca el momento exacto en el que te va a engañar y dejar por otro hombre, menos hombre que tú, admite, arrastrando cada trago de whisky por su dura garganta.

El tiempo transcurre entre tragos y cigarrillos, la gente se acerca a la barra con una cara de desierto y mientras espera su trago, escuchan a este hombre hablar del amor por una mujer, de lo jodido que está el mundo y de lo imbécil que puede ser un comentarista de carreras de perros por televisión, que igual habla de perros como de Britney Spears. El cantinero, mientras tanto, sirve agua ardiente, cerveza, whisky y tequila; escucha al hombre, mientras los clientes entran, esperan y salen con un nuevo trago tras otro, hasta dejar la barra nuevamente vacía y sin quehacer.

Ojos enrojecidos y miradas a una botella casi vacía, barba crecida y un discurso sin freno:

─ Ella vino por su maleta, empacó, traté de detenerla. Gritó la diabla muerte de sus deseos en el tiempo que estuvo conmigo, lo jodido que la tengo y el olor a bulldog de mis besos. Las mujeres tienen formas de decir que no son felices. Pero cuando amas a una, puedes aguantar golpes en la cara, gritos endemoniados, que las botellas de licor vuelen en dirección a tu pecho, que no le gustes a su madre y que te hagas cargo de sus críos y de sus estúpidas deudas. Pero lo que un hombre enamorado no puede soportar: es que se vaya, cuando aún la amas y te hincas como un pobre diablo en el suelo y ante su malhumorada presencia con los brazos cruzados, te das cuenta que ella sólo mira hacia la puerta por la que piensa atravesar para ni siquiera volver a voltear, le abrazas las pantorrillas suplicando que no te deje, al menos sin brindar por su partida, usas el sonido más gutural de tu garganta, diciéndole que quedarán como los mejores amigos, que sólo beberán algunos tragos sin compromiso por el tiempo en que estuvieron juntos, le prometes ser el mejor confidente y no volver a interponerse como el peor de los canallas. Ella accede y bajan por algunas botellas de cerveza, beben y en la décima botella comienzan a hacer el amor como perros enloquecidos; ella grita y te pide que se lo metas muy adentro como si se tratara de una larga barra de acero, lo haces a su petición una y otra vez hasta quedarte exhausto y con las piernas tan sueltas que decides lamerla entre las piernas para que siga tendida sobre tu cama; mientras le hablas de la belleza de su cuerpo y la delicia de su aroma, de cómo las cosas no son lo que son y de lo auténtico que pueden llegar a ser juntos, si se aferrara a otra oportunidad que realmente debe de tomar en consideración.

Sin embargo, hay cosas que con las mujeres astutas no funcionan: tratarlas como reinas y hacerle todos sus caprichos o tratarlas como si fueran las más putas de todas las putas y hacerles todos sus caprichos, tan sólo para que se queden a tu lado. Ellas, inmediatamente se dan cuenta de cada treta antes que la tires como un anzuelo, y sin pensarlo, volverán a lo que ya han decidido sin siquiera morder el anzuelo.

─ Trató de levantarse, y a cada intento, encajaba sus uñas en mi nuca; le sumí con más ganas la lengua, como si su chocha se tratara de un panque relleno de crema batida, y yo era el niño obeso que no quería dejar de comerlo hasta devorarlo completamente sin dejar migaja alguna o gota de su deliciosa crema, y ella molida en intentos, luchaba, entre alaridos llamándome maldita mierda, maldiciéndome intensa y sucesivamente, hasta recostarse ya sin fuerzas sin poder rasguñar más mi cabeza e insultarme con todo su corazón caliente, se estiraba gloriosa después de mis embestidas sobre el colchón con las mínimas fuerzas de un gato agonizante.

EL discurso se frenó después del último trago de whisky y a cada sorbo se ha ido brindando: Por el cantinero quien es buen escucha, por un seis de mulas, por una carrera de galgos, por la casa, el auto y por una mujer que se quedó luchando por no ser devorada hasta la muerte, dejando despellejada la lengua de su hombre, quien se comió lo suficiente para no verla partir, abandonándolo por otro hombre.

Un profundo y último sorbo de whisky y se levanta tambaleante, maldiciendo al comentarista de televisión, quien ha pasado de la carrera de perros a la transmisión en vivo a las afueras de una cantina con su compañero de noticias por televisión; transmitiendo el lugar donde la policía espera a que un sujeto denunciado por canibalismo, salga del lugar con las manos arriba.

Él, no responde a ninguna amenaza por altavoz, y regresa con el cubilete una vez más, hasta que la policía venga por él y lo arrastre a una celda.
─ De acuerdo, dice con el aliento a whisky, soy un mal hombre, que lo hizo por el amor de una mujer, mientras, los medios de televisión se amontonan por la nota, peor que policías en un altercado terrorista.