Saturday, March 27, 2010

Fui el primer día al Taller de cuento fantástico del escritor Alberto Chimal originario de Toluca México que imparte del 25 al 27 de marzo del presente año en la Casa de la Cultura de Montehell. En la segunda sesión de tres, falté, me ganó comer un bolillo con un suave migajón y un sueño del cual ya no me pude despertar: Paréntesis como dice el tallerista (soñé una amiga con las piernas sumamente peludas como trailero en una feria de circo y ella no estaba entre las criaturas de exhibición), así que se me pasó lo que pudo haber sido. Hoy es la tercera sesión y quiero descrubir qué onda con el cuento fantástico, a ver si ahora sí las palabras del tallerista me pueden tumbar los dientes, dejar sin aliento como dicen popularmente y como digo yo: echar el topo de cabeza por la emoción, me quiero cagar de conocimientos. Así que dejo un cuentillo que encontré en el baúl de lor recuerdos, por ahí del 2007, cuando andaba incursionando en el Colectivo Barracuda, y según yo tiene elementos fantásticos, pero hoy me enteraré de qué pedo:
Takuya

María I Montelongo

Takuya supo que tenía que salvar al mundo cuando se despertó y repentinamente congeló con sus manos toda la cama. Me miró tan sorprendida con sus ojos enormes y grises; que no tardó en tomar el teléfono y reportarse enferma al trabajo la mañana del Lunes. Estaba petrificado de ver tan convencida a Takuya de ir a acabar a tantos demonios y hadas que la acompañé al metro para que confrontara la misión que decía tener. El aire era espeso, el olor de la gente caliente y mecánico, y yo dudaba de ella, de esa fantasía de pelear contra demonios y hadas que intentaban conquistar al mundo. Pero Takuya seguía deteniendo todo lo que tocaba o decidía tocar. Takuya congelaba el tiempo.

En el metro, justo antes de abalanzarse contra él, lo hizo, Takuya detuvo el tiempo, la gente ahora era un plástico inmóvil, el viento eran pequeños cristales multicolor, que atravesaban mis pupilas, el calor tomaba forma de hilos de humo saliendo de los cuerpos de los transeúntes.

- Te amo, me dijo Takuya, mientras extendía su mano detrás de mi nuca y comenzaba a cerrar mis ojos con los de ella, para que todo aquel escenario se estrellara en nuestros labios.

Me detuve en su cintura, en sus movimientos, que era lo único que parecía tener vida. Me convenció en su entorno, como la primera vez que me invitó a ir con ella para hacer el amor en su cama que permanece petrificada. Detenida sin ella.

Miré a Takuya con esas coletas doradas a los lados, con su minifalda rojiblanca a cuadros, sus mejillas algodón y sus botas bien plantadas al piso, su blusa tan blanca con su pecho agitado y bien formado y sus piernas suaves e infinitas. Me miró, con sus pupilas tuttifruti en las que debí de percibir, que desde entonces tenía el poder de detener el tiempo.-Quisiera hacerte el amor, pero soy tan pequeña, decía con la voz tan triste, que podíamos escuchar su eco cabizbajo en los cuerpos inmóviles de la gente.

Esta vez, Takuya tenía miedo de enfrentar a los demonios y a las hadas, no porque no pudiera destrozarlos con el fuego que salía de sus manos; sino porque la batalla la requería en otro plano. Takuya se estaba despidiendo, y es cuando ahí, también decidí detener el tiempo.

Ella dejó caer el caramelo de sus ojos, que se esparció por sus mejillas. Se encargó antes de partir, que el tiempo continuara sus minutos, los transeúntes renacidos, el viento en su curso haciendo remolinos, el tren a su velocidad, y Takuya tan rápida a él. Takuya detuvo el tiempo para ambos. Su cama aun sigue congelada y yo la espero acostado en ella.






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