Sunday, October 12, 2008

Cómo me encantaría ir a quedarme a otro lugar a vivir, cómo me encantaría bajar esas escaleras estilo clásico con los libros en el pecho. Evitando la mirada de los vecinos, correr al metro y salir con la mirada de estrellas. Caminar apresuradamente al ritmo de la respiración de la ciudad, de ese ladrón eterno de nuestras vidas. Pensar, en libros y traseros, pensar en teorías narrativas y coitos emocionales, pensar en la escritura y un cuerpo que me eriza. Viajes, los viajes continúan…
Queretaro.
Recuerdo de pequeña estar encerrada en el ropero, leyendo sobre extraterrestres, Nietsche, Hermann Hesse y la Atlántida. Escondida de cualquier bicho que pudiera entrar a la habitación donde nunca he conocido la privacidad. Pasaba largas horas imaginando que los extraterrestres eran grises, tal cual, las fotografías de esas amarillistas revistas, y que si venían a la tierra, era para nuestro bien… he crecido con fantasías de extraterrestres, comida rápida, historietas de ratas planchadoras y princesas de cuerpos bien formados con príncipes realmente muy lindos, pero muy idiotas. El mundo de mi niñez se fue como el de una roseta de maíz, explotó en su propia carne, cuando descubrí el porno, la literatura, la fama literaria que algunos mediocres semi sostienen, la vida laboral tan mediocre en México, las drogas como único tema de expansión y de degradación temática, el alcohol, las fiestas y la falta de compromisos amorosos. He vuelto a ver ese ropero estilo setentas en el que mamá me descubría leyendo tanto mugrero, como le decía a mi padre que era, y quien me lo aportaba; he crecido con tanto mugrero en la cabeza que no creo que a ningún extraterrestre que quisiera en su loco juicio ayudar a los terrestres, le serviría salvar. He crecido con la idea, pues, de que todo es una involución terrestre y que los extraterrestres son nuestro severo alterego de salva-destrucción.