Sunday, July 30, 2006

Monterrey me ha gustado desde que regresé, Monterrey al que me da miedo volver a dejar. Será que no tengo novio, amantes leales y de buena calidad, amigos que llamen por teléfono y me pregunten cómo estoy, familia que me comparta tiempo o un trabajo exitoso y prometedor, no tengo ninguna de esas cosas y me sigue gustando Monterrey. Aunque se ahume por sí solo con sus fábricas clandestinas, aunque siga con su aroma a cloro quemado por las mañanas, aunque la gente siga siendo tan fría a pesar del llanto de una gordita tierna en el camión, aunque…
A Monterrey lo he empezado a extrañar. Y lo extraño porque hasta ahora lo tengo, mío lo hago.
Comer machacado los sábados, pasar por los tenderos detrás de HEMSA, ocupar tiempo leyendo el Norte, rehusarme ir un fin de semana al centro, galerías, plaza fiesta o la cola de caballo, dormir hasta tarde los domingos, negarme ir a misa y ver de pasada en algún canal los aficionados del 12. Hablar, del tiempo en el que me encantaba ir a Morelos o al barrio, conocer varias rutas de camión y los tacos de madrugada, de la cerveza, ni hablar, la recuerdo bien. Y el acento norteño, ¡eh, güerco, deja de pistear!
Tanto Monterrey, para un pobre corazón. Y Sushi vino de Japón para ver nuestra sociedad y con su inglés largo en oooos, me recordó a Kenta y a la raza de Toronto, que ya no veré, porque Toronto cambia siempre, la gente es un correr de agua, pero siempre habrá un kenta, una akiko, una Ivette, una Lore, un terko, un coquish, un David, una Clelia, etc etc, a quien podré conocer. Y ya como le dije una vez al cadillo, te veo en un rato, al cabo la callidez se tiene en la sangre. Por cierto, feliz regreso a To, amigo cadillo, quien no pudo amar a su tierra, ni modo, por él. Yo, ya no huyo, me quedo en mi querido Monterrey. ¡ajúa, arriba el Norte, raza! Aunque sea siempre un aunque en mi vida.